En la actual coyuntura de nuestro pais es importante recordar este magnifico articulo escrito por nuestro Amauta Arguedas.
Antonio Lara Ponce
Llamado a algunos doctores
Por: José María Arguedas
Dicen que no sabemos nada, que somos el
atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco
conviene a los tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la
calandria, como el de un toro grande al que se degüella, que por eso es
impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso
de nosotros, doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí
engordan o que se vuelven amarillos.
Que estén hablando, pues: que estén
cotorreando, si eso les gusta.
¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué
está hecha la carne de mi corazón?
Saca tu larga vista, tus mejores
anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas
crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra
en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores,
son mis sesos, mi carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el
sol, por qué ha desaparecido la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube
aquí, si puedes. Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han
convertido en arco iris y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré
en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala
del cóndor uy de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las
montañas sagradas: la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas,
lanzan su luz a los cielos.
En esta fría tierra, siembro quinua de
cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también
mi alma, mis infaltables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos
las piedras idiotas que te han hundido. El sonido de los precipicios que nadie
alcanza, la luz de la nieve rojiza, de espantado, brilla en las cumbres. El
jugo feliz de los millares de yerba, de millares de raíces que piensan y saben,
derramaré tu sangre, en la niña de tus ojos.
El latido de miradas de gusanos que
guardan tierra y luz; el vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré
hermano, haré que los entiendas. Las lagrimas de las aves que cantan, su pecho
que acaricia igual que la aurora, haré que las sientas y las oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé,
lo que sufro, lo que gozar del mundo gozo. Sobre la tierra, desde la nieve que
rompe los huesos hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su
voluntad y con mis fuerzas hicimos todo eso.
No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame
bien, reconóceme. ¿Hasta cuándo he de esperarte? Acércate a mí; levántame hasta
la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla
como bala de plomo, te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la
imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la
calandria en que se retrata el mundo, te refrescare con el agua limpia que
canta y que yo arranco de la pared de los abismos que templan con su sombra a
nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para
que alguien que no me conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una
máquina pequeña?
No, hermanito mío. No ayudes a afilar
esa máquina contra mí, acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi
rostro, mis venas, el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el
mismo viento que respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus
flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.
Que afilen cuchillos, que hagan tronar
zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso
hagan.
No tememos a la muerte, durante siglos
hemos ahogado a la muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos
conocidos y no conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar
nuestros rostros con barro; mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos
para que ellos nos maten.
O sabemos bien qué ha de suceder. Que
camine la muerte hacia nosotros; que vengan esos hombres a quienes no
conocemos. Los esperaremos en guardia, somos hijos del padre de todos los ríos,
del padre de todas las montañas ¿es que ya no vale nada el mundo, hermanito
doctor?
No contestes que no vale. Más grande que
mi fuerza en miles de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de
meses; en miles de años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo
que no descansa, que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin
y sin principio.
***
Arguedas escribió el poema “Llamado a
algunos doctores” originalmente en quechua. La versión castellana –del autor
mismo- se publicó en El Comercio de Lima, el 10 de julio de 1966. La versión
original apareció el 17 de julio de 1966 en el mismo rotativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario